FOTO DE LA SEMANA

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"El Mejor jugador del mundo en campos de tierra 2009-2010"

viernes, 2 de noviembre de 2007

A-4 (no es el audi, es a lo que esta el Far$a)

Os reproduzco el articulo del AS. Un beso para todos los del Valencia y otro para los del Farcelona

Primera | Valencia 1 - Real Madrid 5
Y el Madrid tomó Mestalla
Exhibición fabulosa ante un Valencia deprimido. Dos goles de Van Nistelrooy. Recital de Guti, Raúl y Robinho. Angulo salvó el honor del Valencia

Juanma Trueba | 01/11/2007

Las calaveras se utilizan en Halloween para asustar a los muertos, que intentan apoderarse de los cuerpos de los vivos o de las vivas. Las calabazas sustituyen a los cráneos vacíos y con vela, más caros. Lo inventaron los celtas, pero lo explotan, como casi todo, en Estados Unidos. Se trata de jugar con la muerte. Eso hizo el Valencia y palmó. No entendió, o no supo, que el miedo se ahuyenta riendo, no corriendo, ni atacando la tragedia con más tragedia.

Es difícil jugar mejor y es difícil jugar peor. Y no deberíamos deducir que una cosa fue consecuencia de la otra. Tal vez el Madrid bordó el fútbol la misma noche que el Valencia se derrumbó, víctima de un desánimo que no empezó ayer y de una enfermedad que no se localiza sólo en el vestuario. No hay por qué restar méritos al ganador (muy habitual), ni buscar las claves en quien perdió (demasiado cruel). Asistimos a un gran partido en su doble vertiente: gran victoria y gran derrota.

Acertó Schuster con el farol de Federer y el Madrid jugó con su rival. La consecuencia es que repitió los cinco goles que logró contra el Villarreal, el otro aspirante que se le cruzó por el camino. Convendrán que algo debe tener el clima y algo debe tener el equipo. Y que algo influirá la motivación.

A los 41 segundos, Robinho avanzó de fuera a dentro y entregó a Raúl, suave, como quien entrega una carta en mano. El capitán lo agradeció y remató con toda la intención y con todo el interior del pie izquierdo. El tiro, perfecto de fuerza y colocación, se coló junto al palo. Van Nistelrooy, más adelantado, frenó su carrera para evitar el balón, pero queda la duda, vana ya, de si su presencia molestó a Hildebrand. En esos 41 segundos había cabido un gol y una internada anterior de Robinho, al que robaron la pelota sobre la frontal del área.

Podremos decir ahora que el gol destrozó al Valencia, pero creo que el equipo había nacido roto, sin ligazón entre líneas, con una extraña alineación que entre mediapuntas y delanteros juntaba a cinco atacantes (Joaquín, Silva, Gavilán, Angulo y Morientes), sin disposición ni mentalidad defensiva, inclinados, por indicación técnica o por impulso personal, a una ofensiva absolutamente suicida.

No es cuestión de cargar ahora las tintas contra un técnico circunstancial y novel, que pasaba por allí. Es plena responsabilidad del presidente despedir al entrenador titular a falta de tres días de la visita del Real Madrid y dejar al equipo al pairo. Pero tal vez hubiera sido prudente que Óscar Fernández hubiera optado por protegerse. Temo que sus 90 minutos de gloria le hicieron plantear el partido como un todo o nada, un ultimátum inventado donde sólo cabía una hazaña o una tragedia. Y tocó tragedia.

Asedio total. A los seis minutos, Metzelder cabeceó a placer y Hildebrand despejó con problemas. A los ocho, el portero alemán salvó un mano a mano con Van Nistelrooy. Así sucedía todo: el Madrid, envalentonado, presionaba muy arriba y el Valencia era incapaz de sacar jugado el balón. En esas condiciones, cada pérdida resultaba mortal de necesidad. O casi. Porque el Madrid, y quede claro esto, era un puñal. Cada intervención tenía como objeto el gol, cada toque, los desmarques, los remates. Cada gesto era la pieza de un revólver, el muelle, el pestillo, el tambor, el percutor y, por fin, el bang.

Un ejemplo: a los 24 minutos, Raúl buscó de cabeza a Van Nistelrooy, rápido y sin pensar. El holandés controló la pelota y Helguera lo abordó con la impotencia del que ataca a un saltamontes gigante. Quiso treparle, pero ni siquiera le hizo temblar. Van Nistelrooy culminó la jugada con un pellizco sublime. La pelota voló sobre Hildebrand y aterrizó mansa en el interior de la portería, donde ya la esperaba el holandés. No lo llamen goleador, no es sólo eso: hablamos de un futbolista sobresaliente disimulado en un cuerpo aparatoso.

Tres minutos después del segundo disparo, Metzelder pudo fusilar a Hildebrand. Por un azar del destino, el central se quedó solo y a medio metro de la portería. Pero no se lo creyó y pegó alto. Se sintió forastero en el área.

Al siguiente pestañeo volvió a marcar el Madrid. Sergio Ramos se internó por la banda y, cuando se esperaba el centro templado, trazó el cañonazo de fuego. El obús golpeó en el palo largo y acabó dentro, humeante.

El Valencia estaba groggy, como esos boxeadores a los que podrías llevar donde quisieras, hasta el mismo infierno. Entre el tercero y el cuarto, Robinho fue sancionado con un fuera de juego inexistente. No perdió mucho tiempo en reclamar. Una jugada después, Guti lo descubrió en la banda y el chico metió un centro-chut que empujó Van Nistelrooy, colocado en el centro de la olla, entre el chorizo y el tocino.

Guti, por cierto, lo movía todo. El nivel general del equipo era altísimo, pero sus intervenciones resultaban quirúrgicas, exactas, veloces. Su trance era tan profundo que en el minuto 80 falló un pase y se fustigó. Sin duda, le benefició la aparición sorpresa de Gago junto a Diarra. Ganó libertad.

Lo que sucedía no era crueldad del Madrid. Al contrario, su ambición fue otro mérito. Demasiadas veces vemos equipos que se conforman, haciendo gala de una extraña solidaridad con el caído y olvidando a sus aficionados. Esta vez no ocurrió eso. No hubo tregua, ni piedad, ni consuelo. Hubo el espectáculo que merecen los que golean y el entierro que merecen los goleados.

Tras el descanso, el Valencia entendió que era imposible salvar el partido, pero descubrió que le quedaba la dignidad. En un arrebato de gallardía, Joaquín centró, controló Angulo y marcó sin dejar caer el balón. Se oyeron algunos aplausos, pero ya había claros en la grada.

La desgracia del Valencia es que todavía faltaba Robinho. El brasileño se empeñó en marcar y lo terminó consiguiendo. El quinto gol, fruto de la insistencia y del talento, redondeó su partido más adulto desde que está en el Real Madrid, el más serio. Le faltaba algo así lejos del Bernabéu. Ya era hora de que fuera pagando el primer plazo de nuestras ilusiones.

No se volvió a mover el marcador, pero el Valencia siguió peleando, luchando, rescatándose. Casillas tuvo un par de magníficas intervenciones, Joaquín se dejó la piel, Vicente la pegó duro y el Madrid rondó otros dos goles más.

Pérez Burrull no quiso prolongar la tortura del anfitrión y no añadió ni un solo segundo. Los jugadores se despidieron ni muy rápido ni muy lento, dignos todos, honorables. El Madrid ha recuperado la esencia y el Valencia sabrá a partir de ahora que los fantasmas siempre habitan en tu casa.

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